ElEmpalador


La localidad de Canelón Chico se enorgullece de mantener una tradición poco practicada últimamente. Allí habita Felizberto Espósito, empalador de oficio y gran ajedrecista de la zona (ha ganado campeonatos interdepartamentales, pero su humildad no le permitió salir a competir en mayores eventos).

Los pueblerinos lo llaman solo de vez en cuando. No es que no haya muchas personas para castigar, pero digamos que el servicio de empalamiento es un poco caro, más cuando se trata del único encargado de esta tarea.

El proceso es sencillo: pongamos como ejemplo que Doña María está enojada con su esposo Don José porque no ha colaborado con las tareas de la casa. Lo que tiene que hacer esta potencial clienta es acercarse al domicilio de Espósito y solicitarle sus servicios. Puede hacerse por teléfono, pero como el pueblo es chico no es molestia ir en persona. El hombre es organizado y le presenta un formulario que deberá ser completado con algunos datos: Nombre completo del solicitante, Nombre y edad del futuro empalado, motivos de su empalamiento, justificación o argumentos a favor (en caso de que los motivos no sean evidentemente suficientes), horarios en que se encuentra disponible la víctima. De la misma forma hay que completar si lo que se solicita es un empalamiento común (un par de horas), completo (dos horas empalado más una sesión de latigazos), o extremo (el proceso finaliza con la muerte del empalado).

De más está decir que los precios van aumentando de acuerdo a lo que se solicita. Lógicamente, es más caro en los días festivos, feriados y otras ocasiones especiales.

Aunque parezca arcaico, el empalamiento cumple la doble función de ejemplarizante y rehabilitante. Nadie vuelve a cometer mal alguno tras estar unas horas colgado en lo más alto del pueblo y los vecinos entienden que el faltante cumplió su paga. Ya sea por vergüenza ajena o propia, por hipocresía o por simple miedo al qué dirán, nadie se anima a ver a los ojos al castigado y esto hace que el efecto de "aquí no pasó nada" permanezca latente entre los pueblerinos, lo que permite una rápida reinserción del castigado a la vida cotidiana.

Nadie se queja. Y todo vuelve a ser como siempre.

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