Santa Rita del Norte

Santa Rita del Norte al comienzo no se llamaba así, ya que era un pedazo de tierra virgen en medio de la nada, pero luego fue bautizado con el mencionado nombre. Era un terreno bien lejano de la costa (en realidad hay que aclarar que el sitio estaba ubicado cercano a la costa, específicamente dándole cara al mar -o la espalda, u otra parte física [claramente no se puede antropomorfizar a un trozo de tierra] innombrable-, por lo que en realidad está cercano a la costa, alejado de otros sitios más poblados) que por su calma y soledad atrajo a algunas familias de la capital. La tranquilidad y lejanía de esta tierra aislada hizo que algunos pasantes agobiados del ritmo citadino comenzaran a construir unos modestos ranchos, bien distantes entre ellos.

Tal era la calma vivida en esa hermosa playa (se dio por descontado al decir que Santa Rita del Norte era un pueblo costero que poseía una playa, pero era un dato que necesariamente en algún momento debíamos aclarar ante posibles cuestionamientos) que los pioneros habitantes esporádicos comenzaron a ofrecer sus precarias construcciones para que sus amigos urbanos pudieran también pegarse un descansito en ese vivificante paraje. La lógica empresarial y emprendedora de estos primeros colonos rápidamente hizo que alguna persona decidiera alquilar su ranchito a aquellos citadinos interesados. El ritmo de la ciudad comenzaba a exigir un reposo para aquellos que lo vivían, y Santa Rita del Norte ofrecía la respuesta oportuna a dichas necesidades.

Bien puede intuirse que el negocio de alquilar una casita en la playa sedujo a más de un pujante empresario de la capital, quien (quizás sin haber jamás conocido Santa Rita del Norte) pudo construir una casa para aprovechar las temporadas de vacaciones, alquilándola. Los aconteceres hicieron que en poco tiempo los ranchos de Santa Rita (del Norte) fueran codiciados por muchos interesados que buscaban refrescarse en esas calmas brisas y aguas marinas (no hay que aclarar a dónde daba la costa, se asume (aunque para algunos pocos perceptivos se aclarará que se trata del mar)).

El balneario comenzaba a formarse, por lo que rápidamente llegaban los distintos servicios itinerantes a "hacerse la temporada" satisfaciendo las necesidades de los tranquilos (pero consumistas y potenciales clientes necesitados) veraneantes. La floreciente oferta hizo que aquellos menos aventureros también se decidieran por alquilar una cabañita, tras verse las mejores facilidades brindadas, y se animaran a disfrutar de esa tan reconfortante calma. Lo que al comienzo era una tierra desierta de a poco se convertía en un próspero sitio para pasar con todas las comodidades unas confortables vacaciones. La popularidad de Santa Rita del Norte fue creciendo casi exponencialmente, y había pasado a ser un sitio de renombre cada vez más requerido por los turistas de otras ciudades locales.

Algunos decidieron quedarse a vivir allí, por lo que modestamente se fue asentando el primer indicio de un pueblito en la zona. Al tiempo nació el primer Santaricense Norteño, hecho que fue briosamente celebrado con loas y algarabía. Para su bautismo se construyó una pequeña capilla poco ortodoxa. Y al crecer el pequeño sus primeros maestros viajaban por la calle que comunicaba al pueblo (que al principio era de tierra, que luego fue pedregullo y luego de cemento cuando empezó a ir el ómnibus) a darle la instrucción. Otras familias comenzaron a parir pequeños, por lo que los maestros encontraron un nuevo sitio donde trabajar, y agruparon a los primeros niños para hacer una clase en la capilla. Al tiempo se hizo la escuela rural, que luego fue creciendo hasta tener su propio y laico local por parte del Estado.

Paralelamente a esto, el negocio turístico y de servicios se fue modernizando y profesionalizando. La llegada de luz eléctrica marcó un verdadero antes y después en las comodidades del pueblo y su correspondiente crecimiento en el aluvión de visitantes, que bajaban en grupos de los ómnibus para acomodarse en las casas que alquilaban o el camping (que curiosamente llegó después y consigo trajo un nuevo turista tipo, correspondiente a una clase menos beneficiada que la primera camada de visitantes) en busca de un aire más placentero.

Rápidamente comenzaron a llegar más y más personas, y las calles comenzaron a estar desbordadas de oportunistas, algunos con negocios nobles y otros buscando aprovecharse de la inocente confianza de los seguros visitantes (que pronto pasaron a sentirse un poco inseguros, aunque más tranquilos que en la ciudad, por lo que la masa de paseantes siguió creciendo).

La entonces ciudad costera de Santa Rita del Norte (las remeras de "I -signodecorazón- North St. Rith" eran muy populares) comenzó a no dar abasto. Los jóvenes cachondos y libertinos comenzaron a reñir con los más veteranos veraneantes que no conciliaban su turismo familiar de shopping con el derroche hormonal instalado en bares y bailes nocturnos que terminaban a las 11 de la mañana al comienzo y luego comenzaron a durar todo un fin de semana de corrido. Arribaron los primeros excesos con drogas sintéticas y comenzaron a aparecer seres destruidos tirados en las cunetas. Y cada vez más personas llegaban a la joya del Norte (como apodaron algunos) en busca de calma, encontrando un entorno riesgoso que gradualmente se tornó en apocalíptico. El libertinaje, el vandalismo y la fiesta contínua comenzó a poner incómodos a las familias tradicionales y el choque con los adinerados de excesivo consumir (que exigieron servicios de seguridad cada vez más violentos) fue atroz en la cada vez más masiva metrópolis marina.

El caos era tal que nadie notó el gran incendio que se había desatado aquella tarde. El ruidaje de los turistas y el calor agobiante de la propia densidad de población no permitió que los habitantes sintieran los ardientes fuegos. Cuando lo hicieron ya era demasiado tarde: la única salida estaba completamente cubierta por gruesas llamas (no es necesario aclarar que la carretera, si bien ya era de asfalto y doble vía, era la única entrada y salida del pueblo, ya que el puerto estaba fuera de servicio por riesgo de tormenta y el aeropuerto aún se hallaba en construcción).

Las personas recuerdan la tragedia de Santa Rita del Norte como una de las masacres ciudadanas más terribles de la historia, dejando a Pompeya y Herculano a la altura de pequeñas brasas que saltan de la parrilla de un asadito.

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