
¿Es que siempre quiere uno creer que puede con todo, que no precisa ayuda, que es inmortal, que viene a dejar algo en los demás, que viene a trasmitir lo mejor de sí, a dejar enseñanzas, a cambiar el mundo, a mejorar a los demás? ¿Quién es qué para mejorar qué de quién? ¿Y yogui? ¿Y borges? Y se da cuenta que nadie puede ser profesor ni maestro o que todes somos tody. Nadie tiene la palabra ni juega con ella sin esperar primero un turno sin jugar. Y si la experiencia no cuesta, y la inocencia juega en contra, entonces uno busca alimentarse continuamente. Y cuanto más conocimiento más sed, y la angustia crece proporcionalmente a lo que uno cree que aprende y siente que más no entiende nada, más que nunca. Y todo se convierte cada vez más lejano a nuestro alcance. Entonces se entiende que la felicidad sea solo para unos poquis inocentes, para los que prefieren no ver o ignoran y/o prefieren mantenerse al margen, disfrutando lo que pasa sin preguntarse demasiado. ¿Y qué onda? ¿Qué hace creer que une es el despierte y los demáses están domis? Lo peor es que yo quería cambiar eso que creía que veía. Quería que la gente se preocupara por su alrededor, por las cosas que le pasan al lado. Que vean al otro, que se preocupen por él y por sí mismos y su realidad. ¿Y yo qué veía? En cierta forma los quería arrastrar a la preocupación y la angustia deformante, que vieran esa negrura que yo veía en el hambre y la injusticia universal. ¿Y qué se hace, más que arrastrar al otro a la corriente de caca? Nada. Lo que pensaba que era para mejorar en realidad era pretender que comieran lo que a mí me mata constantemente. Pensaba que esa era la respuesta, y me doy cuenta que capaz que no soy yo quien tiene que hacer algo, ni yo nada. O que nadie quiere hacer esa pregunta, ni nadie nada. O todos todo.
El otro también cuenta. Yo también cuento para los otros. Pero las personas somos millones, y cada uno hace algo distinto. Miles de millones de posibilidades, de acciones, de tiempos, de vidas, de decisiones, de intersecciones y cruces, choques, resbalos y vueltas a andar. Y ahí es cuando uno se siente sumamente efímero, infinitesimalmente pequeño, minúsculo, como una espora, como una partícula de aire. Es inabarcable a la mente humana tanto. Es imposible crear algo así.
Así habló el hermano de Zarathustra antes de tirarse al vacío aquella tarde cuando se dió cuenta que le gritaba al viento.
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